Aprovechando que su madre se alejó para charlar con algunos invitados, Ludovic se aproximó lentamente a Lucius Malfoy, que estaba acompañado por Narcisa. Obviamente, Lucius se pavoneaba frente a los demás invitados. Cómo divertía aquello a Ludovic. La rivalidad entre ellos era antigua, siempre creyó que el rubio era un completo idiota desde los tiempos de la escuela. Sentía un inmenso placer en provocarlo, pues sabía cuánto irritaba eso el orgullo de Malfoy. Sería realmente un desperdicio si él no aprovechaba ese momento.
Saludando a Narcisa con una sonrisa en los labios, el joven Black-Thorne se inclinó a besar la mano de su prima, diciendo:
—Estás realmente deslumbrante, querida mía. Es una pena que la mayoría de los que están a nuestro alrededor no sean lo suficientemente dignos de tus raros y valiosos encantos —dijo mirando directamente a Lucius.
—Tus elogios son siempre bienvenidos, querido primo —respondió la joven, y agregó —: Y creo que Lucius estaría de acuerdo contigo, ¿no es así, querido?
Malfoy reunió aplomo antes de responder.
—Ciertamente, Narcisa. A propósito, Black-Thorne, yo tampoco puedo dejar de elogiar a la señora Marguerite por la fiesta. Está realmente impecable, ella es una mujer de extremo requinte, realmente casi todos sus hijos heredaron su buen gusto y su buena educación —dijo el rubio, enfatizando la palabra “casi”.
Ludovic sonrió ante la provocación, aquello estaba empezando a ponerse interesante.
—Malfoy, he sabido que no aceptaron tu pedido para trabajar en el Ministerio... de nuevo.
Malfoy se mordió el labio inferior y apretó con fuerza la punta en forma de serpiente del elegante bastón que siempre traía consigo. Black-Thorne acababa de meter el dedo en una llaga demasiado dolorosa para su rival.
—Por lo menos intento ser más útil en lo que hago, al contrario de ciertas personas... —respondió, lanzando una mirada de puro odio en dirección a Ludovic.
—Espero sinceramente que tengas suerte en tus intentos, Malfoy. Afortunadamente yo no preciso preocuparme por eso, pues a fin de cuentas, soy mejor en las cosas que hago. Mis actos hablan más que mis intenciones.
Antes que Lucius pudiese responder, Aldebarán se aproximó al grupo, poniendo pesadamente una mano sobre el hombro de su hermano menor. Saludó a Lucius y a Narcisa con una inclinación de cabeza, diciendo:
—Espero que estén disfrutando de la fiesta.
—No podría estar mejor, y siempre es un placer estar en un ambiente tan agradable, especialmente si estamos rodeados por los más nobles miembros de la sociedad mágica —respondió Narcisa.
—Me alegra oír eso —y, mirando discretamente a su hermano, completó—: Tengo la seguridad de que Ludovic está siendo una agradabilísima compañía para ustedes, pues él sabe lo sentida que estaría nuestra madre si nuestros invitados no disfrutasen plenamente de las festividades. Si me disculpan —se retiró, haciendo una leve reverencia.
Ludovic no dijo nada luego de la partida de su hermano. Lucius, por otro lado, sonrió a su rival, triunfante:
—No sabía que tenías miedo de Aldebaran, Ludovic.
—Yo no tengo miedo de nada, Malfoy, ni de nadie —respondió Black-Thorne entre dientes—. Si lo dudas, puedo probártelo un día de éstos, es sólo acordar. Ahora, si me disculpan a mí también, debo hablar con mi primo Rigel.
Ludovic se alejó a grandes zancadas, más de una vez Aldebaran había arruinado su diversión. ¿Cuándo dejaría de estorbarlo ese cretino? Y encima le hizo parecer inferior justo enfrente del patético de Malfoy. Un día lo pagará. Los dos lo pagarán: su hermano seriecito y el tarado del rubio.
Tenía que calmarse, no adelantaba nada perder la cabeza allí, no en la fiesta preparada con tanto ahínco por su adorada madre, tampoco podía arruinar el gran momento de su hermanita querida. Sí, iría a conversar con Rigel, eso lo haría sentir mejor, pues su primo mayor lo comprendía muy bien y era una compañía muy apacible, especialmente después del combate con sus más grandes enemistades.
El gran carruaje tirado por caballos alados de raza graniana y que ostentaba el blasón de los Ivory atravesaba los portones del antiguo palacio de la familia Thorne, ahora rebautizado como Black-Thorne, gracias a Marguerite y su inconmensurable orgullo del apellido que llevaba de soltera.
La matriarca de los Ivory y viuda del antiguo líder de la familia, Betelgeuse, se acomodó los guantes de tejido azul índigo que hacían juego con el bello vestido que usaba. En el asiento de enfrente estaban sus dos hijos.
El primogénito, Rigel, tenía una postura imponente y se sentaba erguido en el banco forrado. Era un hombre guapo, con facciones marcadas que recordaban mucho a su padre, pero los ojos azules ligeramente oscuros y el cabello muy negro, peinado de manera impecable, eran características que él había heredado de su madre, marcas de un legítimo Black.
El menor, Kamus, se parecía bastante a su hermano: las mismas facciones marcadas, el mismo cabello liso y negro, con la diferencia de que el de Kamus no estaba impecablemente peinado. Los mechones estaban ligeramente húmedos, como si no se hubiese molestado en secárselos después del baño, y algunos le caían sobre los ojos, también azules. Sin embargo, lo que más diferenciaba a Kamus de Rigel era el aura de independencia y arrogancia que rodeaba al menor, y que, de cierta forma, lo volvía más interesante que su hermano mayor.
—¿Por casualidad te dijo Alrisca a qué hora llegaría el carruaje en el que está viniendo con Nott, Rigel? —preguntó Betelgeuse.
—No, madre, pero no creo que tarde, no te preocupes.
—Lo más indicado sería que Alrisca y su marido llegasen junto con nosotros, ya que también son parientes de la novia —Betelgeuse suspiró de manera exasperada—. Espero que tu hermana tenga el buen sentido común de no parecer demasiado feliz. Ésta es su primera aparición pública después de que volviera de su luna de miel, una Black no debe dar ningún motivo para ser blanco de las malas lenguas.
Kamus, que oía la conversación mientras observaba el paisaje del jardín de los Black-Thorne por la ventanilla del carruaje, sonrió a medias. A juzgar por la conversación que tuvo con su hermana poco antes de su casamiento con Nott, las preocupaciones de Betelgeuse no tenían el menor fundamento. No había ni el remoto riesgo de que Alrisca pareciera exageradamente feliz.
El carruaje finalmente se detuvo frente a las puertas del palacio y un empleado se apresuró en abrir la puerta del vehículo.
Rigel descendió primero, extendiendo la mano para ayudar a Betelgeuse. La matriarca dejó el carruaje de forma altiva, sujetando su largo vestido y siendo seguida por Kamus. El primogénito ofreció su brazo derecho a su madre, que ella enseguida aceptó, y esperó a que su hijo menor le ofreciese el brazo izquierdo. Kamus, con una sonrisa irónica, permitió que Betelgeuse enlazase su brazo.
1- El compromiso de Elizabeth
Sentada en el tocador del cuarto en donde pasó su infancia, Elizabeth se miraba en el espejo. Sus largos cabellos, encaracolados y rojizos se encontraban sujetos en un moño y contrastaban con la blancura de su piel. Usaba un largo vestido de satén verde, el mismo color que sus ojos. Parpadeó repetidas veces frente a su imagen invertida. Los invitados estaban por llegar y ella aún no terminaba de arreglarse.
Aquél debería ser uno de los días más felices de su vida: era su fiesta de compromiso. Con todo, Elizabeth no se sentía feliz, tampoco se sentía triste. Una cierta indiferencia le inundaba el pecho. No entendía el motivo, pues a fin de cuentas, su noviazgo con Maxwell Sinn había sido su propia elección, fue ella misma quien aceptó la petición de noviazgo del joven hacía cerca de un año atrás y nunca se arrepintió de ello. Se sentía hasta afortunada, no era como la mayoría de sus primas, cuyos padres aceptaban sus casamientos sin siquiera mencionárselos.
Max era un joven educado y distinguido, descendiente de la antigua y noble casa de los Sinn; era un mago de alta estirpe, de sangre pura y de Slytherin. La relación de Elizabeth con sus padres mejoró considerablemente después del inicio de su noviazgo con Max, hasta la misma Marguerite, que casi no le hablaba a su hija desde que Elizabeth entrara a Hogwarts y fuera designada a Gryffindor, pasó a dirigirle palabras amables y hasta cálidas (según los patrones de la matriarca de los Black-Thorne).
Betsy fue sacada de su ensimismamiento al oír que tocaban la puerta.
—Entre —respondió.
Ludovic entró impetuosamente al cuarto y se dejó caer displicentemente en la cama de su hermana menor, colocando las manos detrás de la cabeza.
—Hermanita, realmente estás arrebatadora. Quién diría que nuestra pequeña oveja negra un día entraría en juicio, ¿eh? No podría estar más orgulloso.
Elizabeth se volvió hacia su hermano, el rostro aún impasible.
—Viniendo de ti, Ludo, nunca sé si es verdad o sólo un comentario sarcástico.
—Puedes creerme, mi dulce Elizabeth, nunca hablé tan en serio en toda mi vida. Tú sabes cuánto te quiero, hermanita.
Elizabeth sonrió. Ludovic era realmente extraño. Le hizo la vida imposible en los primeros años en que Betsy entrara a Hogwarts. Ludovic decía que aquello era su obligación, a fin de cuentas, él era de Slytherin y ella de Gryffindor. Su argumento era que hacía todo aquello para moldear el carácter de su hermana menor. Y aún así, ella no conseguía odiarlo, pues sabía que bajo todas esas demostraciones retorcidas de afecto, él, a su modo, realmente la quería.
—Entonces, Ludo, ¿te dijo mamá quien confirmó la asistencia a la fiesta?
—Tú sabes, hermana, las mismas personas de siempre... Nuestros estimados primos Ivory, hijos de la querida tía Betelgeuse, hasta la misma prima Alrisca y su marido; los Star y algunas otras familias importantes; gran parte de los Black. Lamentablemente tendré que soportar al pomposo de Malfoy; nunca voy a entender por qué la prima Narcisa se interesó en él. Y claro, tu novio con su hermano y su cuñada. Mamá quedó de veras decepcionada porque los Priout y los Goddriac rehusaron venir. No entiende por qué familias de tan alta clase tienen tanta reticencia en relacionarse con nosotros...
—Tendrán sus motivos...
—¿Puedo interrumpir?
El rostro de Elizabeth se iluminó al oír aquella voz.
—Tú nunca interrumpes, Aldo —dijo ella.
—Desde tu punto de vista —rezongó Ludovic bajito.
Aldebaran fingió no oír el comentario de su hermano menor, apenas le lanzó una mirada seca y fría. Ludovic se levantó de la cama de su hermana, diciendo:
—El ambiente aquí se puso insoportable. Te espero abajo, hermanita. No demores, sabes que mamá no tolera los retrasos —y se fue.
—¿Cuándo acabarán con todo esto? Tú y Ludo no son más unos niños pequeños.
—Betsy, sabes que nuestro hermano está siguiendo un camino del cual no puedo estar de acuerdo, lo mismo con las ideas de nuestros padres. Pero no vine aquí a hablar de Ludovic, sino de ti. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
—¿Por qué no, Aldo? Me gusta Max, él me ama, y todo el mundo está feliz: papá, mamá, los Sinn. Sé que estoy haciendo lo correcto.
Aldebaran miró a su hermana con afecto. Sabía lo obstinada y determinada que era Elizabeth; cuando se le metía algo a la cabeza, era difícil hacer que ella cambiase de idea.
—Por tu propio bien, hermana, espero que realmente tengas razón —dijo, besándole la frente—. Antes de irnos, quiero darte un regalo. Quería esperar hasta tu fiesta de graduación para entregártelo, pero... —le extendió una cajita a su hermana. Contenía una linda cadenita dorada con un dije en forma de hada.
—Es maravillosa, Aldo —Elizabeth saltó sobre su hermano y lo abrazó—. Me la pondré ahora mismo.
Aldebaran sonrió y, extendiéndole el brazo a su hermana, le dijo.
—¿Vamos?
Elizabeth descendió la amplia escalera del antiguo palacete de la familia de su padre, tomada del brazo de su hermano. Marguerite y Pericles la esperaban abajo, acompañados por Ludovic.
—Nunca estuviste tan magnífica, hija —dijo Pericles, besando suavemente la mano de Betsy—. Hoy veo que eres realmente una heredera de los Thorne.
Marguerite carraspeó discretamente.
—O mejor dicho —se corrigió Pericles—, una verdadera Black-Thorne.
La muchacha bajó los ojos, aún no estaba preparada para encarar a su madre, no después de lo que Marguerite acabara de hacer. Era irritante el modo como, aún después de todos esos años de matrimonio, ella sentía la necesidad de imponerse a su marido, inclusive en las cosas más insignificantes. Eso hacía que la sangre de Elizabeth hirviera, y ella no quería pelear nuevamente con su madre; a fin de cuentas, hoy era día de fiesta, todo debía ser perfecto. Además, no quería molestar a su padre, cuya salud estaba cada día más débil.
Respiró hondo.
Marguerite miró a su hija de arriba abajo, evaluando los mínimos detalles. Al final dijo:
—Realmente, mi querida, estás de veras presentable, digna del apellido que llevas.
Elizabeth miró a su madre durante unos segundos; viniendo de Marguerite, aquellas palabras significaban mucho más que un simple halago, eran una señal de aprobación y orgullo.
—Es mejor irnos al salón de fiestas. Los Sinn y demás invitados están por llegar —dijo la matriarca de los Black-Thorne. Después se volvió a Ludovic y completó—: Y tú, mi amor, por favor, ahórrate las discusiones frívolas con el joven Malfoy. No es bueno que un Black-Thorne se envuelva en querellas triviales.
—Si tú me lo pides, madre, ¿quién soy yo para desobedecer?
Aún del brazo de Aldebaran y dirigiéndose al salón de fiestas de la mansión, Betsy murmuró bajito a su hermano:
—¿Sabes si Sirius vendrá?
—Probablemente no. Tú sabes que él evita los eventos familiares desde que se fue de la casa de sus padres. Y por favor, Betsy, no comentes nada sobre él o Andrómeda cerca de los primos de nuestra madre, causarías un malestar innecesario, y lo último que queremos es ver a la señora Marguerite de malhumor.