Saturday, November 29, 2008



La pila de informes se amontonaba alrededor de la joven de cabello carmesí. No se había levantado ni por un segundo de la mesa desde que comenzó la mañana de trabajo en el Cuartel General de Aurores. Apenas hacía un mes que se había graduado y ya era tratada como una veterana por sus colegas. Eso era porque en la práctica no había más distinciones entre el tiempo de servicio de los que estaban allí. A fin de cuentas eran sólo sobrevivientes en medio del horror en el que estaba sumergida la comunidad mágica.
Desde que comenzó a trabajar, por lo menos cinco personas —entre las cuales algunas relativamente conocidas— ya habían muerto en servicio durante combates contra los seguidores de Voldemort. Era exactamente por eso que, para suplir las pérdidas cada vez mayores resultantes de la guerra, Rufus Scrimgeour, jefe general del Cuartel General de Aurores, solicitó hacía cerca de un año y medio el permiso para flexibilizar los criterios de selección de los candidatos a la Academia y la reducción del tiempo de entrenamiento. «Cuanto más gente en las calles, mejor para la imagen del Ministerio y mejor para hacer frente a los seguidores del Señor Tenebroso», fue uno de los argumentos de Scrimgeour en esa ocasión.
Elizabeth sabía que su hermano mayor, Aldebarán, también auror como ella, no aprobaba la nueva política de reclutamiento, así como también Alastor Moody, superior inmediato de los dos en la Sección de Infiltraciones, Búsquedas y Arrestos del Cuartel General de Aurores.
Estar o no de acuerdo con Scrimgeour no hacía la diferencia para Betsy en ese momento. Lo que le importaba era que finalmente estaba en acción, haciendo algo efectivo para impedir las matanzas y el terror que se esparcía deliberadamente. Incluso llenar ese papeleo le parecía mejor que no hacer nada, ya que todos esos informes eran frutos de la exhaustiva semana anterior, en la que ella y varios otros aurores, incluyendo su primo Kamus Ivory, se habían dedicado casi obsesivamente a arrestos y luchas. Desafortunadamente algunas bastante infructíferas.
—¿Señorita Black-Thorne?
Una voz baja y tímida se hizo oír y llamó la atención de Elizabeth, quien apartó la mirada de los papeles. Sus ojos verdes se encontraron con los castaños de una joven pálida y de cabello castaño oscuro y liso, a la altura de los hombros.
—Ya te he dicho que me llames Betsy, Lucy —sonrió simpática—. Señorita Black-Thorne me hace parecer unos diez años mayor que tú.
La otra joven sonrió en respuesta. Lucy Reinfield era secretaria asistente de Rufus Scrimgeour. Había comenzado a trabajar allí hacía poco más de una semana, recién salida de Hogwarts. Elizabeth la recordaba muy poco durante la época de escuela, sólo sabía que había pertenecido a Hufflepuff y nada más. Pero el poco tiempo de convivencia en el Cuartel le dio a Betsy la seguridad de que estaba en presencia de una persona dulce y bondadosa. Realmente le caía bien Lucy.
—De acuerdo, Betsy. Vine aquí porque Eileen me pidió que recogiera los informes que están firmados y debidamente listos para ser enviados a tus superiores —respondió Lucy.
La joven auror alzó una pila para depositarla sobre los brazos de la secretaria, cuando sintió la varita vibrarle en el bolsillo de la túnica para recordarle el compromiso que tenía. Un equivalente al despertador de los muggles, viejo truco de los tiempos de escuela.
—Voy a ir a almorzar con una amiga —dijo—. ¿Quieres venir conmigo?
Lucy negó con la cabeza para rechazar la invitación.
—Gracias, pero será para la próxima. Es mejor que haga lo que Eileen me pidió de una vez. Tengo la impresión de que no le caigo bien o tal vez sólo me esté pisando los talones porque es la secretaria personal del señor Scrimgeour y quiere que pruebe que soy digna del cargo. Prefiero no arriesgarme.



Sunday, November 16, 2008



Londres, julio de 1979
El sol ya estaba alto en aquella mañana de lunes y tal vez por eso se podía sentir una algarabía en el barrio. Era verano. Los niños que no estaban corriendo por la calle jugando a la pelota se reían divertidos en sus pequeños patios, trepándose a los árboles o jugando a mojarse los unos a los otros con las mangueras.
Pero nada de eso perturbaba el sueño pesado del joven. Sumergido en un mar de almohadas y sábanas en la semioscuridad de su cuarto, Nicholas Johnson estaba ajeno a la vida que latía más allá de sus paredes. Lo que era en cierto modo irónico, ya que había comprado esa casa con su parte de la herencia legada por sus fallecidos padres justamente porque el barrio le recordaba al vecindario de su infancia. Claro que el que su hermano Robert hubiera resuelto invitar a su novia, Rebecca, a vivir en el antiguo apartamento que compartía con Nick había influenciado en la decisión de éste. Aun sabiendo que a Robbie no le importaba su presencia allí, sentía que estaba privando a su hermano de la libertad que una relación de pareja exigía.
—¡Arriba, dormilón! —fue lo primero que Nick escuchó al despertarse, para luego sentir el impacto de una almohada en la cabeza.
Abrió los ojos y miró a un joven moreno de ojos azules y cabellera desgreñada. Jack Mercury se reía divertido desde la puerta del aposento. Sin tener otra elección Nick se levantó, con los ojos todavía nublados por el sueño, mientras trataba de desperezarse.
—Sabes, Jack, realmente voy a echar de menos esta manera sutil tuya de despertarme —respondió, parcialmente irritado—. Tienes una latosa vocación para despertar. Me pasé la noche entera escribiendo, ¿sabías?
Jack Mercury cruzó los brazos, todavía sonriendo.
—¿Qué culpa tengo si tú eres un ratón de biblioteca incluso en vacaciones? El verano fue hecho para ser divertido, no para trabajar. Además, ¡son casi las once! Te hice pancakes de desayuno. Aprovecha que después de este fin de semana no me tendrás más aquí para cocinarte. Sólo espero que la casa no esté ardiendo en llamas cuando vuelva del viaje.
Nicholas se rascó la nuca y bostezó mientras apoyaba los pies descalzos en el suelo aliviadoramente fresco.
—Fue una única vez, ¿vas a continuar restregándomelo en la cara por el resto de mi vida?
—Posiblemente —respondió Jack con un brillo divertido en sus ojos bien azules.
Los dos descendieron los escalones que conducían a la planta baja de la casa y se dirigieron hasta la cocina. Nicholas se sentó en la mesa y se sirvió una enorme porción de pancakes que su amigo, con quien compartía la casa, hizo de desayuno.
—Toma —dijo Jack, depositando junto a Nick una jarra llena de miel—. Ya que es una de las últimas, quiero que comas a la manera yanqui, ya que voy a tener que aprender a preparar una auténtica comida americana si quiero llevarme bien con las chicas de allá.
Nick sonrió ladeado. Una parte de él ciertamente envidiaba la desenvoltura y el sentido de aventura de su amigo. Conoció a Jack a comienzos de la facultad. Nicholas optó por estudiar Lengua y Literatura, que de cierta forma le pareció natural, ya que tanto su padre como su madre fueron catedráticos en esa área. Y Mercury cursó Ingeniería por influencia de su padre y su hermano mayor. Los gustos semejantes en cine, literatura y especialmente cómics terminaron por acercarlos, o como Mercury acostumbraba a decir: «Un nerd siempre huele a otro nerd adonde quiera que vaya». Cuando se fue de la casa de su hermano, invitó a su amigo a vivir con él y a ayudarlo con los gastos. Ahora Jack había decidido dejarlo todo, curso, familia, amigos sencillamente para “conocer el mundo”, comenzando por América. Fue a Manchester el fin de semana, donde residía su familia, para comunicarles a los Mercury que estaba partiendo el siguiente viernes.
—¿Hace mucho que llegaste? —preguntó Nick.
—Una hora. Pensé en acostarme y descansar del viaje, pero estaba demasiado eléctrico para dormir así que decidí prepararle el desayuno a mi viejo y querido amigo Johnson.
—¿Tan malo fue? —preguntó Nicholas, mientras bebía un buen sorbo del té que acababa de servirse.
El otro se sentó junto a él y apoyó la cabeza sobre las manos.
—El viejo Ted y mamá lo aceptaron mucho mejor de lo que esperaba... Pero Dave se puso verdaderamente furioso, y eso sería ser suave con mi hermano.
Nicholas le dio unas palmaditas en el hombro.
—Lo entenderá, Jack. Créeme, es tu hermano y quiere verte feliz. Un día comprenderá que obligarte a ser ingeniero sólo te haría una persona amarga y miserable y que necesitabas esta locura de viaje para poner tus ideas en su lugar.
Jack levantó la mirada, ya más tranquilo. Su amigo tenía razón. Era sólo darle tiempo al tiempo para que las cosas se arreglaran entre él y su hermano mayor.
—Sabes, Nick, deberías venir conmigo. Será divertido. Un tour por América, después podríamos estirar el paseo y divertirnos con algunas señoritas en México...
Nicholas sacudió la cabeza. La idea era tentadora, ya que todavía le quedaban un buen par de meses antes de comenzar el último semestre en la facultad. Pero sentía en el pecho una necesidad casi urgente y por supuesto irracional de permanecer en Inglaterra en esos días, como si su vida dependiera de ello.
—No puedo, Jack, tengo compromisos por ahora. ¿Te has olvidado de la tarde de autógrafos de mi primer libro el sábado?
—¡Es verdad! Me olvidé que compartía la casa con una celebridad. Nicholas Johnson, famoso escritor y futuro Premio Nobel de Literatura. Bueno, la cosa es que tengo que subir a hacer mis maletas. ¡La vida me espera! —dijo el otro, levantándose de un salto.
Nicholas escuchó los pasos apresurados de su amigo subiendo las escaleras mientras miraba el interior de su taza. Pero su mente estaba bien lejos de allí, vagaba inadvertidamente a una tarde de primavera años atrás, como siempre hacía en momentos como ése...



Sunday, November 09, 2008



Hola a todos otra vez. Aquí volvimos, con una nueva historia para publicar. Esta vez se trata de la historia de la familia Black-Thorne, desde después de la graduación de Elizabeth en Hogwarts hasta los primeros años de vida de su hija. Espero que la disfruten mucho leyéndola como yo lo hice traduciéndola. Así que con ustedes, "Para siempre en la memoria". Saludos, Corina.


Capítulo 1
Vidas paralelas



Suburbio de Londres, junio de 1971
El incontenible alboroto alegre de los niños llenaba todos los espacios existentes en aquel vecindario. Era una soleada tarde de domingo, de mediados de primavera. ¿Qué niño no estaría feliz de estar en un parque de diversiones? Globos, payasos, todo el algodón de azúcar que se puede comer... Sin hablar de los juegos. Calesita, tren fantasma, rueda gigante y hasta una emocionante montaña rusa.
Realmente era perfecto para cualquier niño de doce años de edad que se preciara. Aún así Nicholas Johnson no se sentía ni un poquito feliz. Es más, la felicidad estaba lejos de cualquier cosa que se insinuara en su corazón en ese momento.
¿Por qué Robbie tenía que haber inventado ese paseo? ¿Por qué su hermano mayor no lo dejaba en paz? Todo lo que Nick quería era quedarse en la penumbra de su cuarto, acompañado sólo por sus mejores amigos: sus libros y sus historietas.
En la primera oportunidad que tuvo se escabulló de la vigilancia de su hermano. Sólo quería un lugar para esconderse, para estar tranquilo. La alegría de esas personas, divirtiéndose sin ninguna preocupación, era casi una afrenta personal para él. ¿Será que nadie se daba cuenta de lo mucho que estaba sufriendo? ¿De lo que el mundo le había quitado?
Serpenteando entre varios puestos de dulces, salados y juguetes, Nicholas se alejó del centro de la multitud... El silencio era inalcanzable... Pero las risas comenzaron a sonar más bajas y a dolerle menos en los oídos. Fue cuando notó, perdida y aislada, una pequeña tienda de lona. Rota y andrajosa, las estrellas y lunas plateadas parecían estarse descascarando y apenas se distinguían del azul pálido del tejido.
El tiempo pareció detenerse para el chiquillo y, sin siquiera percatarse, sus delgadas piernas perdidas en unas bermudas que parecían tener el doble del tamaño de su dueño, lo condujeron al interior de la tienda.
Estaba bastante oscuro y el aroma fuerte y sofocante del incienso le hizo a Nick estornudar algunas veces. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a las sombras y las formas difusas cobraron forma. Cojines de colores, algunos estantes con cosas que el chico sólo había visto antes en cuentos de hadas (jarros y más jarros, cuyos contenidos él trataría años después de decir que sólo eran fruto de una imaginación infantil muy fértil) y, en el centro de todo, una mesa redonda, baja y con una bola de cristal sobre ella. Detrás estaba una mujer de largo y ondulado cabello color ébano, parcialmente escondido en lo alto de la cabeza por un pañuelo rojo. Sus ojos parecían ser violetas, pero cuando el niño parpadeaba cambiaban ora a azul, ora a un tono dorado. Aquello dejaba a Nick confundido, pero al mismo tiempo lo fascinaba. De lo único que estaba seguro, mismo sin saber el motivo, que ella tenía mucho más edad de la que aparentaba.
—No te quedes aquí, jovencito —dijo ella, con voz dulce como los rabeles
* en noches de luna—. Acércate para que te pueda ver mejor. Si estás aquí es porque las Hilanderas guiaron tus pies.
El chiquillo caminó con pasos lentos hasta la mujer. Casi como hipnotizado se sentó en el cojín que ella le indicaba.
—Entonces, jovencito... —continuó ella—, si estás aquí, mi obligación es leerte la suerte. Pero antes las presentaciones. ¿Cómo te llamas?
—Ni... Nicholas —balbuceó el niño.
—Bien, Nicholas —continuó la mujer con su voz de terciopelo, destacando un poco su acento—. Mi nombre es Adelajda.
Ella sonrió ampliamente, la blancura de sus dientes sólo rota por un pequeño rubí rojo incrustado. Tomó con delicadeza el rostro de Nick y lo miró a los ojos, los “espejos del alma”. Después de un rato de observación lo soltó y sujetó con firmeza su muñeca.
—Ahora que te conozco —dijo la mujer—, vamos a ver lo que las líneas de tu mano nos revelan.
Él no dijo nada, sólo asintió y tragó saliva. La mujer miró con atención las líneas que tenía ante sí. Una sombra furtiva atravesó los ojos de la gitana. Ese niño conocería una felicidad que pocos mortales soñarían alcanzar en muchas y muchas vidas, pero el precio de tamaño tesoro era una carga de igual proporción. Bendito y maldito por un mismo motivo.
—Perdiste algo importante hace poco tiempo —comenzó— y sigues sufriendo por ello. Pero quiero que sepas que todo saldrá bien en breve. Tendrás frente a ti tiempos de luces y sombras, de dolor y de alegría. Con todo, ¿qué destino no es así? Lo único que puedo aconsejarte, niño, es que nunca olvides que tu destino y tu felicidad reposan en un hada de ojos esmeraldas y cabellos flameantes. Si la negares, te arrepentirás por el resto de tus días.
Nicholas parpadeó repetidas veces y se miró la palma de su mano. No conseguía comprender lo que Adelajda quería decir. La mujer captó su expresión de perplejidad, pero ninguna explicación que pudiera darle sería suficiente para explicarle lo que le aguardaba, las maravillas con las que sería colmada su vida.
—Un día entenderás todo lo que escuchaste hoy —dijo ella, soltando la mano de Nick—. Eso es todo.
—Gra... gracias —respondió el niño, sin estar seguro de si estaba realmente agradecido—. ¿Te debo algo?
La mujer negó con la cabeza.
—Hoy no, Nick. Considéralo un regalo... Después de todo, hoy es tu cumpleaños, ¿no?
Él puso los ojos como platos… Si dudó por algún segundo de lo que la gitana le había dicho, en ese momento toda sospecha se disipó completamente.
Medio a los tropezones, salió vacilante de la tienda. La luz del sol le cegó los ojos, haciendo que el paisaje exterior se volviera un borrón blanco. Mientras trataba de adaptarse al cambio súbito de luminosidad, comenzó a caminar sin rumbo por el parque. De repente se chocó contra algo suave y bastante familiar. Alzó la cabeza para encontrarse con los ojos preocupados de su hermano mayor, que lo sujetaba protectoramente de los hombros.
—Nick, ¿en dónde has estado? ¡Estaba preocupado, te estuve buscando por todo el parque! —dijo Robert.
Nicholas no dijo nada, sólo sacudió la cabeza, ya que no sabía ni qué responderle. Todo lo que sentía era una necesidad enorme de dejar fluir toda la tristeza que crecía en su interior. Sin siquiera pensarlo abrazó a su hermano y dejó que las lágrimas cayeran cálidas y reconfortantes por sus mejillas. Era la primera vez que lloraba en los últimos dos meses, la primera vez desde que sus padres se hubieran ido. Adelajda había dicho que todo saldría bien. Necesitaba creerlo.


________________
*Instrumento musical parecido al violín





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SITIO ORIGINAL BRASILEÑO





CRÉDITOS

TRADUCCIÓN:Corina Frasier












Este blog es un fanfiction inspirado en los libros de Harry Potter. Nuestra historia comienza en los años 70, el tiempo de la primera guerra mágica. Nuestros personajes son originales, inspirados por el universo de JK Rowling.

NICHOLAS DANIEL JOHNSON


Escritor muggle de libros de fantasía y ficción. Sus padres, Richard y Mary, eran profesores de literatura inglesa, lo que tal vez haya influenciado a Nicholas en su elección profesional. Ambos murieron en un accidente de tráfico al regresar de una conferencia en una noche lluviosa, cuando Nicholas tenía doce años. Fue criado por su hermano mayor, Robert Johnson.


ELIZABETH ASTREA BLACK-THORNE JOHNSON


Heredera de una ultra tradicional y conservadora familia de magos, los Black-Thorne, Elizabeth nunca aprobó las ideas tradicionalistas de sus padres, siempre entrando en serios conflictos con ellos, especialmente con su madre, Marguerite. Cuando era estudiante perteneció a Gryffindor, hecho que generó una nueva desavenencia entre ella y su familia. Es alegre, valerosa e intrépida. Trata con igual simpatía a muggles, magos y mestizos. Es más, su mejor amiga, Marion Peterson, es hija de muggles. Cuando se graduó en Hogwarts decidió ser auror como su hermano Aldebarán, a quien mucho admira.


ALDEBARÁN AURELIUS BLACK-THORNE


Hijo primogénito de Pericles y Marguerite, Aldebarán siempre tuvo una personalidad introvertida. Raramente sonríe a no ser en presencia de su hermana menor, a quien le profesa un gran amor. No aprueba las ideas de sus padres sobre la pureza racial entre los magos y siempre trata con igual deferencia a muggles, magos y mestizos. Cuando estudiaba en Hogwarts perteneció a Ravenclaw. Es un hombre justo y valiente.


FRIDA WITOSLAWA GRYGIEL


Es una bruja de origen polaco y estudió en Durmstrang de joven. Se mudó a Inglaterra poco después de graduarse. Es una mujer elegante, educada y distinguida.


LUDOVIC SEDARIUS ERÍDANO BLACK-THORNE


Hijo del medio del matrimonio Black-Thorne, Ludovic siempre fue el preferido de sus padres exactamente por ser el único de la prole que aprobaba incondicionalmente las ideas paternas acerca de la purificación de la raza mágica. Perteneció a Slytherin cuando estudió en Hogwarts. Después de graduarse se hizo mortífago. Ludovic es uno de los más inescrupulosos, perversos y amorales siervos de Voldemort y uno de sus principales asesinos y torturadores.


ALEXANDER Y GABRIELA SINCLAIR


Gryffindor en los tiempos de Hogwarts, Alex era conocido por su coraje e integridad. Se volvió auror después de graduarse, pero por amor a su esposa abandonó el empleo y se volvió instructor de la Academia de Aurores. Es uno de los mejores amigos de Aldo.
Gabriela nació en Perú y se mudó a Inglaterra para trabajar con su hermano mayor. Muggle, siempre tuvo dificultades en aceptar y lidiar con el mundo mágico, pues iba en contra del temperamento racional que ella cultivó durante años. Es una mujer cariñosa pero de genio fuerte.


LUCY REINFIELD


Miembro de Hufflepuff en época del colegio, vio a sus padres ser asesinados por mortífagos cuando tenía once años de edad; escapó gracias a que estuvo escondida y su madre logró distraer a los siervos de Voldemort. Sin otros parientes vivos, Lucy pasó a estar bajo la tutela de Bartemius Crouch, amigo de largo tiempo de su padre y que terminó ocupando efectivamente el cargo que sería de Reinfield. Cuando se graduó en Hogwarts, Lucy trató de entrar a la Academia de Aurores, pero suspendió los exámenes físicos. Fue gracias al "tío Barty" que Lucy consiguió el puesto de secretaria en el Cuartel General de Aurores.


* Harry Potter, nombres, personajes, lugares y demás hechos relacionados son propiedad de J.K. Rowling, Warner Bros, Bloomsbury, Scholastic, etc.
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