1- El compromiso de Elizabeth
Sentada en el tocador del cuarto en donde pasó su infancia, Elizabeth se miraba en el espejo. Sus largos cabellos, encaracolados y rojizos se encontraban sujetos en un moño y contrastaban con la blancura de su piel. Usaba un largo vestido de satén verde, el mismo color que sus ojos. Parpadeó repetidas veces frente a su imagen invertida. Los invitados estaban por llegar y ella aún no terminaba de arreglarse.
Aquél debería ser uno de los días más felices de su vida: era su fiesta de compromiso. Con todo, Elizabeth no se sentía feliz, tampoco se sentía triste. Una cierta indiferencia le inundaba el pecho. No entendía el motivo, pues a fin de cuentas, su noviazgo con Maxwell Sinn había sido su propia elección, fue ella misma quien aceptó la petición de noviazgo del joven hacía cerca de un año atrás y nunca se arrepintió de ello. Se sentía hasta afortunada, no era como la mayoría de sus primas, cuyos padres aceptaban sus casamientos sin siquiera mencionárselos.
Max era un joven educado y distinguido, descendiente de la antigua y noble casa de los Sinn; era un mago de alta estirpe, de sangre pura y de Slytherin. La relación de Elizabeth con sus padres mejoró considerablemente después del inicio de su noviazgo con Max, hasta la misma Marguerite, que casi no le hablaba a su hija desde que Elizabeth entrara a Hogwarts y fuera designada a Gryffindor, pasó a dirigirle palabras amables y hasta cálidas (según los patrones de la matriarca de los Black-Thorne).
Betsy fue sacada de su ensimismamiento al oír que tocaban la puerta.
—Entre —respondió.
Ludovic entró impetuosamente al cuarto y se dejó caer displicentemente en la cama de su hermana menor, colocando las manos detrás de la cabeza.
—Hermanita, realmente estás arrebatadora. Quién diría que nuestra pequeña oveja negra un día entraría en juicio, ¿eh? No podría estar más orgulloso.
Elizabeth se volvió hacia su hermano, el rostro aún impasible.
—Viniendo de ti, Ludo, nunca sé si es verdad o sólo un comentario sarcástico.
—Puedes creerme, mi dulce Elizabeth, nunca hablé tan en serio en toda mi vida. Tú sabes cuánto te quiero, hermanita.
Elizabeth sonrió. Ludovic era realmente extraño. Le hizo la vida imposible en los primeros años en que Betsy entrara a Hogwarts. Ludovic decía que aquello era su obligación, a fin de cuentas, él era de Slytherin y ella de Gryffindor. Su argumento era que hacía todo aquello para moldear el carácter de su hermana menor. Y aún así, ella no conseguía odiarlo, pues sabía que bajo todas esas demostraciones retorcidas de afecto, él, a su modo, realmente la quería.
—Entonces, Ludo, ¿te dijo mamá quien confirmó la asistencia a la fiesta?
—Tú sabes, hermana, las mismas personas de siempre... Nuestros estimados primos Ivory, hijos de la querida tía Betelgeuse, hasta la misma prima Alrisca y su marido; los Star y algunas otras familias importantes; gran parte de los Black. Lamentablemente tendré que soportar al pomposo de Malfoy; nunca voy a entender por qué la prima Narcisa se interesó en él. Y claro, tu novio con su hermano y su cuñada. Mamá quedó de veras decepcionada porque los Priout y los Goddriac rehusaron venir. No entiende por qué familias de tan alta clase tienen tanta reticencia en relacionarse con nosotros...
—Tendrán sus motivos...
—¿Puedo interrumpir?
El rostro de Elizabeth se iluminó al oír aquella voz.
—Tú nunca interrumpes, Aldo —dijo ella.
—Desde tu punto de vista —rezongó Ludovic bajito.
Aldebaran fingió no oír el comentario de su hermano menor, apenas le lanzó una mirada seca y fría. Ludovic se levantó de la cama de su hermana, diciendo:
—El ambiente aquí se puso insoportable. Te espero abajo, hermanita. No demores, sabes que mamá no tolera los retrasos —y se fue.
—¿Cuándo acabarán con todo esto? Tú y Ludo no son más unos niños pequeños.
—Betsy, sabes que nuestro hermano está siguiendo un camino del cual no puedo estar de acuerdo, lo mismo con las ideas de nuestros padres. Pero no vine aquí a hablar de Ludovic, sino de ti. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
—¿Por qué no, Aldo? Me gusta Max, él me ama, y todo el mundo está feliz: papá, mamá, los Sinn. Sé que estoy haciendo lo correcto.
Aldebaran miró a su hermana con afecto. Sabía lo obstinada y determinada que era Elizabeth; cuando se le metía algo a la cabeza, era difícil hacer que ella cambiase de idea.
—Por tu propio bien, hermana, espero que realmente tengas razón —dijo, besándole la frente—. Antes de irnos, quiero darte un regalo. Quería esperar hasta tu fiesta de graduación para entregártelo, pero... —le extendió una cajita a su hermana. Contenía una linda cadenita dorada con un dije en forma de hada.
—Es maravillosa, Aldo —Elizabeth saltó sobre su hermano y lo abrazó—. Me la pondré ahora mismo.
Aldebaran sonrió y, extendiéndole el brazo a su hermana, le dijo.
—¿Vamos?
Elizabeth descendió la amplia escalera del antiguo palacete de la familia de su padre, tomada del brazo de su hermano. Marguerite y Pericles la esperaban abajo, acompañados por Ludovic.
—Nunca estuviste tan magnífica, hija —dijo Pericles, besando suavemente la mano de Betsy—. Hoy veo que eres realmente una heredera de los Thorne.
Marguerite carraspeó discretamente.
—O mejor dicho —se corrigió Pericles—, una verdadera Black-Thorne.
La muchacha bajó los ojos, aún no estaba preparada para encarar a su madre, no después de lo que Marguerite acabara de hacer. Era irritante el modo como, aún después de todos esos años de matrimonio, ella sentía la necesidad de imponerse a su marido, inclusive en las cosas más insignificantes. Eso hacía que la sangre de Elizabeth hirviera, y ella no quería pelear nuevamente con su madre; a fin de cuentas, hoy era día de fiesta, todo debía ser perfecto. Además, no quería molestar a su padre, cuya salud estaba cada día más débil.
Respiró hondo.
Marguerite miró a su hija de arriba abajo, evaluando los mínimos detalles. Al final dijo:
—Realmente, mi querida, estás de veras presentable, digna del apellido que llevas.
Elizabeth miró a su madre durante unos segundos; viniendo de Marguerite, aquellas palabras significaban mucho más que un simple halago, eran una señal de aprobación y orgullo.
—Es mejor irnos al salón de fiestas. Los Sinn y demás invitados están por llegar —dijo la matriarca de los Black-Thorne. Después se volvió a Ludovic y completó—: Y tú, mi amor, por favor, ahórrate las discusiones frívolas con el joven Malfoy. No es bueno que un Black-Thorne se envuelva en querellas triviales.
—Si tú me lo pides, madre, ¿quién soy yo para desobedecer?
Aún del brazo de Aldebaran y dirigiéndose al salón de fiestas de la mansión, Betsy murmuró bajito a su hermano:
—¿Sabes si Sirius vendrá?
—Probablemente no. Tú sabes que él evita los eventos familiares desde que se fue de la casa de sus padres. Y por favor, Betsy, no comentes nada sobre él o Andrómeda cerca de los primos de nuestra madre, causarías un malestar innecesario, y lo último que queremos es ver a la señora Marguerite de malhumor.