Katherina Gaarder era una bella estudiante de séptimo año, de cabello liso y oscuro, ligeramente por encima de los hombros, y ojos casi negros. Cálida, intuitiva, sensible y comprensible. En ese momento era ella quien le hacía compañía a Anabelle Timms mientras ésta esperaba en la biblioteca por Kamus Ivory.
Katherina ya perdió la cuenta de las veces que en los últimos meses escuchó a su amiga protestar, gritar, bufar, insultar y romper cosas en el dormitorio a causa de ese muchacho. La joven Gaarder, conciliadora como siempre era, le sugirió a Anabelle que, si tanto la irritaba Ivory, que simplemente abandonase el Club de Duelos. Sin embargo, Belle tenía fuerte personalidad y, por más que detestase el club, no bajaría la cabeza y simplemente desistiría. No después de que el profesor McLaggen le dijera sobre su falta de talento en duelos.
—¿Acaso este desgraciado se atrasó? —reclamó Anabelle, consultando su reloj, que ya marcaba las ocho y diez de la mañana.
—No está atrasado, Belle, es tu reloj que siempre está adelantado quince minutos por lo menos —dijo Katherina, de forma desinteresada, sin quitar la mirada del libro que hojeaba—. ¡Por Merlín, ¿a quién quieren matar con esto?! —inquirió, espantada por el contenido del volumen que Anabelle había tomado para escribir el ensayo.
—Pregúntale a McLaggen, fue él quien recomendó el libro. Pero, si dependiera de mí, me encantaría poner todo esto en práctica con la cretina de Black.
Katherina levantó los ojos del libro, mirando a su amiga y a la herida cubierta con una curita que tenía en el lado derecho del rostro, fruto de un hechizo lanzado por Bellatrix Black en la última reunión del Club de Duelos.
—Aún no se lo perdonaste, ¿eh?
Anabelle cruzó los brazos, se mordió los labios y frunció el ceño, típicas señales cuando se ponía verdaderamente nerviosa por algo.
—Cualquier día de éstos voy a matar a esa piraña, escribe lo que te digo.
—Bellas palabras. Quién sabe si con esa nueva resolución no te dedicas más a los entrenamientos y mejoras un poco, Timms.
Ésta se volvió y miró a Kamus Ivory. Por fin había llegado y estaba parado exactamente detrás de su silla. Anabelle detestaba la forma silenciosa que el muchacho tenía de acercarse.
—¡Oh, mira quién decidió comparecer! Estás atrasado, Ivory. ¿El sueño estaba tan bueno que te impidió salir de la cama? —preguntó la joven Timms con sarcasmo.
—Harías mejor en comenzar a escribir el ensayo en vez de ponerte a especular sobre mis sueños, Timms —dijo Kamus, con su indiferencia de siempre, y entonces tomó la muñeca de Anabelle, levantándola hasta la altura de sus ojos y subiendo la manga del suéter que ella usaba—. Y tu reloj está adelantado.
La moza liberó su brazo con violencia, no se había olvidado de que era la misma muñeca que Kamus había lastimado cerca de dos meses atrás. Aún le guardaba rencor por lo que le había hecho pasar esa tarde de octubre.
—Vete al diablo, Ivory —dijo ella, más por costumbre que por otra cosa.
Katherina se limitó a levantarse de la silla en donde estaba sentada y decirle brevemente a Anabelle, que ya sacaba pluma y pergamino de adentro de la mochila, que la vería a la hora del almuerzo. Antes de irse, Gaarder se despidió de Kamus con la cabeza, al cual éste no respondió.
Kamus dejó sobre la mesa un enorme libro encuadernado en cuero rojo que debía de tener más de dos mil páginas y entonces se sentó en la silla frente a Anabelle, sacando también sus cosas para comenzar a escribir su parte del ensayo.
—Usa éste, es más útil que los libros que McLaggen recomendó. Está en ruso, pero puedes leerlo con un simple hechizo de traducción —dijo, señalando el volumen que había traído consigo—. Describe las formas de tortura más comunes y yo me quedo con la parte de reconocimiento y defensa.
Ella asintió, dejando a un lado los libros que había tomado prestados de la biblioteca y tomando el extenso volumen de tapa roja. Por lo menos Ivory tenía algunos puntos positivos, no perdía el tiempo con conversaciones y sus libros se revelaban varias veces más precisos que los que había en Hogwarts.
Los minutos y luego las horas pasaron lentamente, el silencio que reinaba en la biblioteca era roto solamente por el ruido de las plumas escribiendo incesantemente sobre los pergaminos y el sonido de las páginas siendo pasadas una y otra vez.
El sol ya brillaba en lo alto del cielo, el estómago de Anabelle comenzó a protestar por comida y el brazo derecho le hormigueaba de dolor por estar escribiendo sin parar durante horas. Dejó la pluma, haciendo sonar los huesos del cuello, que también estaba comenzando a quedársele duro, y entonces miró a Kamus. Éste continuaba trabajando apoyado de forma displicente sobre la silla, sin dar señales de cansancio.
Ya había reparado en los últimos meses que él escribía ora con la mano derecha, ora con la izquierda; era ambidiestro, y por eso se desgastaba menos cuando hacía los trabajos. Sintió ganas de golpear una vez más al señor Figura Intocable de Hielo y a sus habilidades supremas.
—¿Ya terminaste? —preguntó Ivory, arrancando a Anabelle de su silenciosa protesta.
—No, aún me falta un trozo —respondió con disgusto.
—Si estás cansada puedes irte y terminar después —sugirió Kamus, sin despegar los ojos del pergamino en donde escribía.
—No sin antes revisar todo lo que hiciste. Quiero asegurarme que mi trabajo no ha sido en vano —ella sabía que era pura obstinación de su parte y que, por más que revisase el trabajo de Ivory, nunca lograría encontrar errores en lo que él escribía. Pero eso no era importante, no lo dejaría caminar en un pedestal.
Kamus soltó la pluma y desvió la mirada del pergamino hacia Anabelle. Permaneció mirándola en silencio, mientras sus dedos tamborileaban sobre la mesa de madera. Cualquiera que los observase podría jurar que estaban apostando a quién parpadearía primero. Anabelle odiaba que él hiciera eso. En realidad, odiaba la mayoría de las cosas que él hacía, pero ésa sin dudas era la peor de ellas y, desafortunadamente, la más habitual, esos momentos en que el muchacho simplemente dejaba lo que estaba haciendo y se quedaba quieto, apenas mirándola de forma fría, inexpresiva y evaluadora, como si esperase que algo excepcional fuera a suceder; qué era, ella no tenía idea.
—¡Pero qué diablos, Ivory! ¿Acaso tengo algo en la cara? —explotó finalmente Anabelle. Estaba cansada, hambrienta, le dolía el brazo y no tenía una sola gota de paciencia para continuar con ese silencioso juego de miradas.
Kamus permaneció unos segundos sin responder y sin hacer siquiera un movimiento. Entonces, inesperadamente, se inclinó sobre la mesa y llevó la mano hacia la mejilla derecha de Anabelle. Dejó su mano posada unos instantes sobre la curita de la joven antes de arrancarla, haciendo que la herida volviese a sangrar. Ella soltó una exclamación de sorpresa y se llevó las manos hasta la herida, tratando de detener la hemorragia.
—¡Idiota! ¿Qué piensas que...?
—Quédate quieta... —la interrumpió Kamus, apartando las manos de Anabelle de la herida al tiempo que tomaba su varita y apuntaba cerca del rostro de la moza.
Belle sintió quemarle la mejilla durante unos instantes donde el hechizo de Bellatrix le había rozado, pero luego se suavizó. Kamus se apartó de ella, la herida de Anabelle ya había dejado de sangrar y se había cerrado sin dejar marcas. Ella se tocó con espanto la mejilla, limpiando la sangre que había en ella, pero constatando que la herida estaba realmente curada.
—¿Cómo hiciste eso? Nada de lo que la señora Pomfrey me dio pareció dar resultado, lo único que ella logró fue detener la hemorragia...
—El hechizo es una invención de Bellatrix, sólo ella sabe cómo curarlo. Es obvio que Pomfrey no logró hacer mucho —dijo Kamus, guardando la varita de vuelta en el bolsillo de la túnica.
Anabelle quedó en silencio, limpiándose con un pañuelo el resto de la sangre que tenía en la cara, tratando de adivinar cómo Ivory sabía el contrahechizo. ¿Será que persuadió a Bellatrix para que se lo dijera, o usó su propio tiempo investigando un encantamiento que la curase? Sea cual fuera la verdad, estaba determinada en no dejar que ningún agradecimiento se le escapara de los labios.
—Tu prima es una vagabunda —dijo eso sólo para no permanecer en silencio.
—No importa cuánto hiera Bellatrix, el hecho es que ella es mucho mejor que tú en duelos. Y sólo insultarla no cambiará eso —replicó él de forma tranquila.
—¡Oh, era obvio que irías a defender a tu querida primita! —dijo Anabelle, contenta por encontrar un motivo para no sentirse culpable por no agradecerle por el contrahechizo.
Kamus permaneció mirándola con el rostro impasible, mientras los ojos de ella chispeaban.
—Sólo estoy advirtiéndote que estés más atenta, Timms. La próxima vez no tendrás tanta suerte y el hechizo no pasará de ser sólo un raspón —y entonces, sin decir más nada, recogió su libro, pluma y pergaminos y se alejó de la joven sin despedirse.
Anabelle quedó sentada, inmóvil y evitando mirar a Kamus caminar rumbo a la salida de la biblioteca, aunque aún pensaba en sus palabras. No tenía miedo de Bellatrix Black, que se fuera al infierno la reina de la oscuridad. Si la prima de Kamus la desafiaba una vez más, le daría lo que se merecía.