Fuera de las horas de las comidas, el Gran Comedor era reducto de varios estudiantes, especialmente de los de quinto y séptimo año, que se preparaban con ahínco para los exámenes de los TIMOs y los EXTASIS a los que serían sometidos al final del año escolar.
Sentada en la punta de la mesa de Gryffindor estaba una joven de cabello bermejo, rodeada de dos enormes pilas de libros. Elizabeth Black-Thorne nunca había sido una estudiante compulsiva, era una alumna aplicada y generalmente sacaba buenas notas, pero nunca dejaba, ni siquiera en la época de los TIMOs, que el estudio controlase su vida. Con todo, los EXTASIS se estaban acercando y ella sabía que tenía que esforzarse el doble de lo normal. Era imprescindible que sacase excelentes notas en los exámenes, de lo contrario le sería imposible realizar el sueño de volverse auror.
Inmersa en una revisión de Transformaciones, la joven sólo se dio cuenta de la cercanía de su prometido cuando los labios de Maxwell rozaron levemente su rostro.
—Deberías descansar un poco, querida mía. Estudiar tanto te va a enfermar... Además, los EXTASIS son recién en junio. Tenemos un poco más de seis meses por delante.
—Tienes razón —dijo Elizabeth, frotándose los ojos y estirándose—. Hoy ya di lo que tenía que dar. Sólo termino este capítulo y me voy al área de Gryffindor a acostarme.
—¿No vendrás a la reunión de Slughorn conmigo? —preguntó el moreno.
Betsy frunció el ceño. Se había olvidado completamente de la reunión. Y, para ser sincera, no estaba con el mejor de los ánimos para ir al Club Slug. Su paciencia para las frivolidades y etiquetas sociales que la ocasión demandaba era mínima esa noche. Estaba completamente exhausta y todo lo que deseaba era el confort de su cuarto.
—Hoy paso, Maxie. No te importará ir solo, ¿verdad? —respondió ella, besando suavemente el rostro de Maxwell.
—Siempre que aceptes mi invitación para pasar las fiestas conmigo en Irlanda. Ya te dije que Stan insistió en que compareciéramos al gran baile de Navidad que su familia organiza anualmente, y dijo además que se alegraría mucho que extendiéramos nuestra estadía por el resto de las vacaciones.
Elizabeth se mordió el labio inferior, como hacía siempre que se ponía nerviosa. Nuevamente le venía Max con esa invitación para pasar
—Maxie —comenzó ella, de forma tímida y suave—, pensé mucho sobre tu invitación, pero creo que es mejor rechazarla. Marion va a pasar
El moreno se sorprendió ante la respuesta de Elizabeth, pero no dejó que la rabia ni la decepción se transparentaran en su rostro. Hasta ese momento había estado seguro de que la joven aceptaría la invitación. Desde que Stan pasó a espiarla en el Club de Duelos, escuchando las conversaciones de ella con sus compañeros, observándola de cerca, Max adquirió importante información que lo ayudó a manipular a su adorada prometida a gusto. Nunca, en todo el tiempo de noviazgo, Elizabeth había estado tan dócil y obediente y, lo mejor de todo, ella no había notado su sutil sumisión a los deseos del joven Sinn. Por eso Maxwell se sorprendió tanto ante la negativa de su prometida en acompañarlo.
¡Todo por culpa de esa sangre impura! Siempre por culpa de esa desclasificada que se creía digna de ser reconocida como bruja. Esa Peterson era una pésima influencia para su prometida. Era ella quien le ponía esas ideas de plebeyos en la cabeza de Elizabeth.
Max se esforzó por sonreír, cuando en realidad deseaba descargar sobre Betsy la ira que le quemaba las entrañas. Debía contenerse, su relación con ella era un elaborado juego de ajedrez. Un movimiento en falso y él perdería el gran premio: la propia pelirroja que tenía frente a él.
—Bien, querida mía, si ésa es tu decisión, la respetaré. Pero quiero que sepas que te echaré de menos todos los días que pase en Irlanda.
Elizabeth sonrió. Era una verdadera afortunada, Maxwell siempre había sido tan comprensiva con ella. ¿Cómo Aldo y Marion podían dudar de su decisión de casarse con alguien tan amable como él?
—Yo también te echaré de menos —respondió.
Max besó a su prometida en los labios.
—Te dejaré terminar tus estudios tranquilamente para que puedas descansar lo más pronto posible. Buenas noches, mi ángel.
—Buenas noches, Maxie.
Apenas salió por las puertas de roble del Gran Comedor, el joven Sinn dejó caer su elegante máscara y se fue bufando. Necesitaba encontrar una forma de neutralizar la influencia de la sangre impura. Al doblar el corredor se topó con la fuente de sus resentimientos. Marion Peterson venía exactamente en la misma dirección. Nervioso como estaba, Maxwell fue incapaz de contenerse, actuando esta vez por el simple y salvaje impulso, en vez de su acostumbrado juego de disimulos y manipulaciones. Se paró frente a ella, impidiéndole el camino por el corredor.
—¿Será que podrías quitarte de en medio? Betsy me está esperando. No tengo tiempo para perder con tus bromas, Sinn —respondió la negra, impaciente y cruzando las manos sobre el pecho.
El joven sonrió malignamente al ver su nerviosismo. Sintió una punzada de placer al saber que su enemiga se sentía amenazada por su mera presencia.
—¿Tienes miedo, Peterson?
Ésta bufó, poniéndose más impaciente. ¿Quién se creía ese payaso para jugar con ella?
—¿De ti? Qué dices, Sinn. Me inspiras muchos sentimientos negativos: asco, repulsión, despecho, indiferencia... pero puedo garantizarte que ninguno de ellos es miedo.
Maxwell frunció el ceño. Sus ojos se volvieron fríos y penetrantes como la punta de un puñal. La sangre impura estaba muy equivocada si creía que podía subestimarlo de esa forma.
—Pues deberías tenerlo —dijo, acercándose a ella y tomándole el mentón con la punta de los dedos—. Mucho, mucho miedo... Elizabeth es mía, no voy a dejar que nada, ni NADIE, principalmente una sangre sucia como tú, me impida conseguir lo que quiero.
Marion continuó mirándolo sin dejarse intimidar. Estaba a punto de responder a sus amenazas cuando una voz familiar se hizo oír detrás de Sinn:
—¿Todo bien por ahí, Peterson?
Maxwell se volvió, notando que un muchacho tan alto como él, de cabello largo y profundos ojos azules, estaba parado en el corredor. El primo renegado de su prometida: Sirius Black.
—Peterson y yo sólo estábamos conversando, Black. Yo ya estaba de salida. Buenas noches a los dos.
Max pasó frente a Marion rápidamente en dirección a las mazmorras, donde quedaba el área de Slytherin. Cuando notó que el joven estaba lo suficientemente lejos, Sirius se volvió hacia su colega, preguntando:
—¿Qué sucedió en realidad, Marion?
—Lo de siempre —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Sinn vino con siete piedras en la mano sobre mí... aunque...
—¿Aunque qué? —preguntó el joven de ojos azules, excepcionalmente serio.
Marion sacudió la cabeza antes de continuar... estaba buscándole dos cuernos al unicornio... Sinn no sería capaz de lastimar verdaderamente a alguien, ¿no? Su juego era otro, siempre había sido otro... más sutil, más elaborado...
—No sé, Sirius... sólo lo encontré más agresivo de lo usual... sólo eso... pero no creo que tenga coraje de partir a la violencia.
A pesar de las palabras de Marion, Black no lograba creer en esa historia de que Maxwell Sinn era inofensivo. Había convivido muchos años con la labia de ese tipo desde su infancia como para saber que, la mayoría de las veces, los tipos más educados y comedidos eran los más peligrosos.
—Aun así, es mejor que tengas más cuidado de ahora en adelante. ¿Ya le contaste a Elizabeth sobre estas discusiones?
—Lo intenté, una vez... pero Betsy no quiso escucharme... cree que son cosas mías... Simplemente no entiendo cómo alguien tan inteligente como ella se deja enredar por la labia de Sinn... —respondió la joven, con voz cansada.
Muchas veces ella se había preguntado si no estaba peleando una batalla perdida para salvar a su amiga de ese casamiento que sólo le traería a Elizabeth infelicidad y disgusto. Sirius miró a Marion con compasión. Era notorio que ella necesitaba ayuda... ayuda que él mismo había tenido la intención de proporcionársela, pero que se había olvidado.
—Lo peor, Marion, es que sé exactamente por qué Elizabeth actúa así con relación a su prometido. Bueno —continuó el chaval, dejando brotar en sus labios su acostumbrada sonrisa traviesa—, creo que ya es hora de cumplir la promesa que te hice en el tren. Quédate tranquila, apenas surja una oportunidad, tendré una seria conversación con mi prima.