La sala común de Gryffindor estaba prácticamente vacía a aquella hora de la mañana. Era la víspera de Navidad y los carruajes que llevarían a los alumnos de Hogwarts a tomar el Expreso de Hogwarts rumbo a las vacaciones de invierno partirían en pocos minutos. Sentada en un sofá en el rincón de la sala, se encontraba una joven pelirroja. El cabello encaracolado se encontraba recogido en un moño. Usaba un suéter rojo, unos pantalones claros y zapatillas de tenis. Estaba levemente inclinada hacia atrás, con las rodillas dobladas y un libro apoyado sobre ellas, ajena a todo a su alrededor.
Un muchacho alto y moreno, de brillantes ojos azules, se acercó a ella. Tomó una silla y se situó bien frente a ella, sentándose enseguida. La observó por unos segundos, hasta que la joven desvió su atención del libro, mirándolo.
—Sirius, desembucha ya. ¿Qué quieres?
Él esbozó una amplia sonrisa y, con la expresión lo más inocente que pudo, respondió:
—¿Yo? Naaada... sólo estoy matando el tiempo.
—Te conozco, Sirius... sabes que ese golpe tuyo de conquistador barato no funciona conmigo —replicó ella, fingiendo estar enfadada, pero divirtiéndose con la situación.
El joven se llevó teatralmente las manos al pecho, simulando estar inmensamente mortificado con las acusaciones que la moza le dirigía.
—¡Qué mala opinión tienes de mí, Elizabeth! Somos primos, nunca usaría mi encanto natural para aprovecharme de ti.
Ella rió, pero continuó mirando al joven Black de forma inquisitiva.
—Está bien, lo confieso... —dijo él, resignado—. Quería saber si podías prestarme tus apuntes de Historia de
—Pobre Lupin, está completamente equivocado. Nunca vas a tener juicio... Está bien, te los prestaré... no quiero que después vengas a quejarte de que soy la responsable de tu ruina académica. Y hablando de Remus, dónde está el resto de los “Cuatro Caballeros del Apocalipsis” —preguntó Betsy de forma provocativa. Sabía que su primo detestaba el apodo que ella le había puesto a él y a sus amigos.
—Merodeadores, Betsy, por favor, preferimos ser llamados los Merodeadores.
—Lo sé —dijo ella, sonriente—, pero creo que los Cuatro Caballeros del Apocalipsis es más apropiado, ya que son expertos en traer el caos a la escuela.
—Sólo lo hacemos por diversión —respondió Sirius, sin esconder una punzada de orgullo en su voz al oír las palabras de Betsy sobre la tan aclamada fama de camorrero que él y sus mejores amigos compartían—. Pero respondiendo a tu pregunta, Remus fue a la biblioteca a devolver algunos libros antes de irse. Y Peter está haciendo el equipaje.
—¿Y James?
—No irá a casa, está castigado.
—¿Y tu no estás con él? —preguntó ella, sorprendida.
—No, esta vez él se regaló solito. Se metió en problemas gracias a Evans.
Sirius no pudo evitar dejar escapar una sonrisa en sus labios. Elizabeth también sonrió, comprendiendo. Era pública y notoria la relación amor y odio que tenía esa pareja, por lo tanto, la “otra” pelirroja de Gryffindor no podía dejar de compartir el mismo espíritu bromista que su primo demostraba al mencionar a James y a Lily.
—¡Esos dos van a terminar casándose algún día! —dijo ella, divertida.
Sirius sonrió, asintiendo con la cabeza. Sabía que si dependiera de su amigo, apenas terminara el Baile de Graduación, arrastraría a Evans derecho al registro civil más próximo para celebrar la boda, y muy posiblemente justificaría todavía que ya estaban vestidos para la ocasión y no necesitarían preocuparse por el vestido de novia o los trajes de novio y padrino.
Interrumpió sus pensamientos al notar que Betsy lo miraba curiosa. Creyó mejor cambiar de tema. A Cornamenta no le gustaría que alguien, aun siendo alguien confiable como Elizabeth, supiese de sus locos planes de boda. Si de alguna manera Lily se enteraba que Potter consideró esa posibilidad demente, James sería hombre muerto. O mejor dicho, él y Sirius, porque Evans mataría a Potter, pero antes ciertamente le haría picadillo al buen y viejo Canuto.
—¿Y tú, no vas a pasar
—Es verdad, pero cambiaron de planes a última hora —respondió Elizabeth, tratando de disimular la decepción que aún le corroía—. Mamá decidió ir a Moscú a visitar a la tía Betelgeuse. Bien que podría quedarme con Aldo, pero no quiero estorbarlo, la cosa está bien fea allá afuera y está teniendo mucho trabajo en el Ministerio. Pero como Mari también va a quedarse aquí, así que no tengo problema. Sólo Maxie está algo molesto, quería que yo fuera a Irlanda también y me quedara en casa de los Lecter, pero me rehusé.
Sirius asintió, encontrando la actitud de Betsy bastante sensata.
—Hablando de eso, hace un buen tiempo que quería hablar contigo sobre tu compromiso con Sinn, pero no tuve oportunidad —comenzó él, serio.
Elizabeth se enderezó en el sofá.
—¡Oh, por favor, Sirius, no me vengas también a preguntar si estoy haciendo lo correcto! Ya me basta con Aldo y con Mari...
El moreno cruzó los brazos. Marion tenía razón, hacerlo sería más difícil de lo que podía imaginar. Pero ahora que tocó el tema, iría hasta el fin. Hacía mucho había notado la verdadera razón que llevó a su prima a aceptar una situación tan absurda como ese enlace con Maxwell Sinn. Elizabeth necesitaba escuchar algunas verdades, verdades que tal vez sólo él podría decirle ya que, al fin y al cabo, Sirius había descubierto que él y Betsy no eran tan diferentes como él había creído en todos estos años.
—¡No, no voy a preguntarte nada, porque estoy seguro de que estás haciendo lo peor en tu vida! —dijo—. Puedo no ser tan cercano a ti como Aldebarán o Peterson, pero eres mi prima, y también una persona estupenda, una rareza dentro de nuestra familia. Y no puedo simplemente dejar que te cases sin tratar de abrirte los ojos.
—Sólo estás diciendo eso porque Maxie es de Slytherin, y sé la tirria que les tienes a los integrantes de esa Casa... me basta con ver la forma como tú y James tratan a Snape. Parece que el cerebro de ustedes dos se derrite cuando se acercan a él —le espetó Elizabeth de forma explosiva, levantándose del sofá, con el rostro enrojecido como reflejo de la perturbación que las afirmaciones de Sirius desencadenaron.
—Oye, eso no tiene nada que ver —continuó Black, que permaneció tranquilamente sentado en la silla—. Hasta admito, aunque no lo creas, que Sinn no es el peor integrante de Slytherin que existe, pues quitando ese airecito arrogante y su prejuicio contra los hijos de muggles, hasta podría tener salvación. A pesar de que lo dudo mucho. Pero él no es la persona para ti. Tú eres una chica inteligente e independiente... todo el mundo sabe que quieres ser auror como tu hermano. ¿Crees que casándote con Sinn podrás serlo?
La joven puso los ojos en blanco. Sirius estaba subestimando su capacidad de autoafirmación. Ella era descendiente de un largo linaje de mujeres fuertes, era heredera de las señoras de
—Maxie no manda en mí... —respondió ella, decidida.
—¿Será que no? —continuó Sirius, en el mismo tono moderado que adquirió desde el inicio de la conversación—. Todo lo que Sinn quiere es una muñeca a su lado, para exponerla a sus amigos de la alta sociedad... Y admitamos la verdad, Betsy, no estás prometida con él porque lo amas.
—¿Y por qué sería entonces, Sirius? Ya que sabes tanto, ¿me puedes decir por qué? —dijo Elizabeth, en un tono demasiado irónico que rara vez utilizaba.
—Es tan obvio, Betsy. Para agradar a tus padres. Apuesto a que la prima Marguerite te está tratando con mucha más amabilidad desde que comenzaste a salir con Sinn. Pero te voy a decir una cosa: no va a resultar, ¿sabes? Vas a arruinar tu vida y ser infeliz, pero nunca será suficiente para agradar a tus padres.
Elizabeth sintió el estómago revolvérsele. La ira fue sustituida por un sentimiento de tristeza, por un vacío inconmensurable. Era como si un agujero negro hubiese sido repentinamente abierto en su pecho y ella fuera arrastrada hacia él. Necesitaba aferrarse desesperadamente a un hilo, aunque mínimo, de las afirmaciones que había construido dentro de ella.
—Estás equivocado, no es nada de eso...
—¿Ah, no? Nuestras situaciones no son tan diferentes. Yo también pasé por humillaciones y ofensas dentro de mi propia casa cuando fui seleccionado a Gryffindor. Mi querida madrecita nunca me perdonó por arruinar el nombre de los Black cuando no entré a Slytherin. En eso ella y la prima Marguerite son muy parecidas... Lo que quiero decirte es que comprendo exactamente cómo te sentiste durante todos estos años, y llegué hasta a pensar en optar por la solución más fácil como tú. Pero me di cuenta que sólo me estaría mintiendo a mí mismo. Y eso es exactamente lo que estás haciendo tú, prima.
—Basta, Sirius, basta de decir idioteces —los ojos de Elizabeth comenzaron a llenarse de lágrimas—. ¡No soy tú! No sabes nada de mí...
—Sí que sé, Betsy, sé que si insistes en continuar mintiéndote a ti misma, sólo vas a empeorar las cosas. Debo irme a despedirme de Remus y de Peter ahora, pero piensa bien en lo que acabo de decirte.
La joven Black-Thorne no esbozó ninguna reacción ante la partida de su primo. Sólo dejó que las lágrimas descendieran libremente por su rostro. Cuando la sala común volvió a quedar nuevamente vacía, lanzó con fuerza el libro que tenía en sus manos en dirección donde había estado el muchacho antes.